Un Espacio de Crecimiento y Fraternidad en Valladolid
La Respetable Logia Hermes Amistad nº 53 es una de las logias que conforman la Gran Logia de España y opera en Valladolid como un punto de encuentro para quienes buscan el desarrollo personal y el compromiso con los valores masónicos. Fundada sobre los principios de fraternidad, conocimiento y ética, la logia ofrece un espacio de reflexión, diálogo y aprendizaje donde personas de distintos ámbitos pueden encontrarse con un objetivo común: el perfeccionamiento del ser humano y la construcción de una sociedad mejor.
Desde febrero de 1991, Hermes Amistad 53 trabaja de forma ininterrumpida en la regularidad, siendo la única logia masónica regular de la ciudad. Además, forma parte de la Gran Logia Provincial de Castilla, contribuyendo a la expansión y consolidación de la masonería en la región.
Nuestra logia toma su nombre de Hermes, figura asociada al conocimiento, la sabiduría y la transmisión de mensajes, y Amistad, reflejando el espíritu de fraternidad y armonía que rige nuestras reuniones. En este entorno, los hermanos trabajan juntos en la exploración de los valores de la masonería, compartiendo conocimientos y experiencias que enriquecen a cada miembro tanto en lo personal como en lo colectivo.
Hermes Amistad 53 trabaja bajo el Rito Escocés Antiguo y Aceptado (REAA), uno de los ritos masónicos más practicados en el mundo, caracterizado por su profundidad filosófica y su riqueza simbólica. Este rito nos permite explorar conceptos fundamentales de la masonería a través de un método progresivo de aprendizaje y reflexión.
Hermes Amistad 53 no es solo un espacio de reunión, sino un lugar de transformación donde cada miembro aporta su experiencia y su voluntad de aprender, en un marco de respeto, tradición y evolución constante.
Masonería en Valladolid: de la persecución al renacimiento
La historia de la masonería en Valladolid es poco conocida, llena de silencios y persecuciones. un relato poco conocido de resistencia silenciosa y persecución. En nuestra ciudad, la masonería una ciudad tradicionalmente conservadora y religiosa, los masones —aquellos partidarios de la ilustración, la tolerancia y el librepensamiento— han tenido que operar entre sombras durante gran parte de su existencia. A lo largo de los siglos, las estas logias vallisoletanas han combinado vivieron periodos de florecimiento bajo gobiernos liberales, solo para enfrentar después junto a otros en la clandestinidad fruto de una dura y la represión más dura en tiempos adversos. El resultado es una trayectoria llena de dificultades históricas: vigilancia inquisitorial, prohibiciones legales, demonización pública y muy especialmente una brutal represión durante la Guerra Civil Española que casi borró su huella de la ciudad. Sin embargo, pese a las adversidades, la llama de la masonería local nunca se apagó del todo, y tras décadas de silencio volvió a encenderse con la llegada de la democracia. A continuación exploramos nuestra trayectoria este viaje histórico, divulgativo y crítico, para entender cómo la masonería vallisoletana sobrevivió a su “larga noche” y su renacimiento en tiempos más recientes. renació de sus cenizas.
Orígenes discretos en tierra hostil
Los primeros indicios de masonería en Valladolid se remontan al siglo XVIII y están ligados, paradójicamente, a su persecución. Ya En 1747 un vecino de la ciudad, el militar José Tineo, fue procesado por la Inquisición acusado de “prácticas masónicas”, reflejo de la intolerancia del momento absoluta de la monarquía y la Iglesia hacia cualquier sociedad secreta en esa época. Ya la Monarquía, en 1751 De hecho, la Corona había prohibido mediante una Real Cédula (1751) las reuniones de francmasones en todo el reino, equiparándolas a herejía. En Valladolid, ciudad profundamente católica, este clima hostil impidió durante décadas la implantación abierta de logias. La simple sospecha de la práctica de la masonería Ser siquiera sospechoso de masonería podía acarrear destierro o cárcel. Sirva como ejemplo, que en 1817, por ejemplo, un liberal llamado Francisco Javier Benito fue confinado bajo vigilancia policial en Valladolid simplemente por la sospecha de pertenecer a una logia. Se trata de un momento en el que Aquella era la realidad de la restauración absolutista de Fernando VII: los liberales y afrancesados, tildados de masones, eran perseguidos sin miramientos.
Hubo que esperar al contexto más abierto del siglo XIX tardío para ver germinar la masonería vallisoletana. Durante el Sexenio Democrático Tras la Revolución de 1868 (conocida como La Gloriosa) y durante el Sexenio Democrático, España vive vivió un periodo de libertades públicas en el que las logias pudieron surgir a la luz. En Valladolid, alrededor de 1868-1869 se fundaron las primeras logias masónicas documentadas, como “Caballeros de Malta”, “Reforma”, “Sócrates” o “Triángulo”, integradas bajo en el Grande Oriente de España. Estas logias pioneras reunieron a miembros de la élite liberal local —abogados, periodistas, profesores, militares progresistas— atraídos por los ideales masones derivados de la Ilustración de progreso, educación y fraternidad. Por primera vez, la ciudad contó con un núcleo masónico activo, aunque discreto, que plantó la semilla de un pensamiento más moderno en la sociedad vallisoletana.
Auge liberal y anhelos de modernidad (1868-1936)
A partir de 1874 y con la llegada al trono de Alfonso XII Durante la Restauración borbónica (finales del XIX y primeras décadas del XX), la masonería en Valladolid vive vivió un desarrollo moderado, siempre en el filo entre la tolerancia y una cierta la desconfianza. Aunque el nuevo régimen monárquico de 1875 restauró cierta estabilidad conservadora, en la práctica El nuevo régimen político permitió a las logias operar con relativa tranquilidad mientras mantuvieran un perfil bajo. Son años en los que coexisten En esos años llegaron a coexistir varias logias en la ciudad, vinculadas incluso a corrientes masónicas internacionales. Por ejemplo, en 1873 funcionó brevemente en Valladolid la logia “Hijos de Ormuz”, bajo obediencia del Grande Oriente Lusitano de Portugal., muestra de la conexión internacional del movimiento. Esta diversidad señalaba que la masonería vallisoletana, aunque con un número reducido de miembros pequeña, estaba en sintonía con las corrientes liberales y cosmopolitas de la época.
La influencia social de aquellos masones se dejó sentir especialmente en el terreno cultural, educativo y político local. Varias figuras destacadas de la Valladolid decimonónica estuvieron ligadas a las logias. El periodista José Muro, por ejemplo, fue masón y utilizó su periódico, llamado La Libertad (fundado en 1869) para defender ideales democráticos y laicistas acordes con el espíritu masónico, como la libertad de conciencia o la educación universal para todos. Otro caso notable es Ángel María Bellogín, veterano republicano y concejal del Ayuntamiento, quien también figuró en las primeras logias fundadas. Bellogín impulsó medidas progresistas en la ciudad. y Hoy una calle de nuestra ciudad en la zona de Parque Alameda vallisoletana lleva su nombre, un homenaje a su legado. En el ámbito educativo, la masonería local dejó una huella importante: bajo su auspicio se fundó en 1886 la primera escuela laica de Valladolid, un centro pionero que rompía con el monopolio religioso de la enseñanza. Masones como el pedagogo Nicolás Astudillo lideraron ese proyecto, encarnando los valores de librepensamiento y difusión del saber. Incluso colaboradores no iniciados formalmente, como la maestra Eugenia Marqués, se sumaron a esta cruzada por una educación moderna y secular.
No obstante, A pesar de estos logros, los masones vallisoletanos nunca dejaron de enfrentar dificultades y recelos. La influencia de la Iglesia y los sectores más conservadores seguían teniendo una gran influencia tradicionalistas seguía siendo fuerte en Castilla, lo que obligaba a las logias a una cierta mantener la discreción. Ya en Periódicamente, cambios políticos volvían a ponerlos en la mira: durante 1928, durante la dictadura de Primo de Rivera en los años 1920, por ejemplo, la masonería fue prohibida (un decreto de 1928 ilegalizó sus actividades) y muchas logias en España se vieron clausuradas. Valladolid no fue excepción: en esos años previos a la República, las reuniones masónicas fueron locales tuvieron que entrar en hibernación clandestinas para sobrevivir al ambiente autoritario. Sin embargo, Con la llegada de la Segunda República (1931-1936), la masonería recobró aire. el nuevo gobierno republicano, de corte laico y democrático, generó un clima favorable para sociedades como la masonería. Varios vallisoletanos activos en política y administración durante la República eran masones o simpatizantes, defendiendo principios de justicia social, laicidad del Estado y reforma educativa. Parecía el preludio de una consolidación mayor de la Orden en la ciudad. Lamentablemente, ese amanecer liberal sería abruptamente truncado por la Guerra Civil.
Guerra Civil: la tragedia de los masones vallisoletanos
La sublevación El alzamiento militar de julio de 1936 que dio inicio a la Guerra Civil Española fue una catástrofe para la masonería en Valladolid y en todo el país. Nuestra ciudad estuvo quedó desde el primer momento bajo el control de los sublevados franquistas, que desataron una persecución sin parangón caza feroz contra todos los considerados “enemigos” del nuevo orden. En el imaginario del bando sublevado nacional, influido por la extrema derecha y la propaganda eclesiástica, los masones ocupaban un lugar destacado en la lista de enemigos a eliminar. Para el general El general Francisco Franco había abrazado por completo la teoría conspirativa del “contubernio judeo-masónico-comunista”, convencido de que la Masonería, el comunismo y una supuesta conspiración judía internacional estaban confabulados para destruir España desde dentro. Bajo esa paranoia, ser masón equivalía a ser un enemigo del estado, y por tanto, un traidor.
Por ello, Así, en Valladolid, al igual que en otras ciudades, las logias se disolvieron inmediatamente ante el terror desatado en el verano de 1936. Muchos miembros destruyeron o escondieron los archivos y listados de hermanos —algunos incluso enterrando documentos o quemándolos en secreto— para evitar que cayeran en manos de los golpistas fascistas. No era para menos: Desde los primeros días de la sublevación, numerosos masones vallisoletanos fueron detenidos y algunos ejecutados sin juicio previo. contemplaciones. Se incautaron listas de afiliados y fichas masónicas, y solo aparecer en ellas te hacía culpable y podía significar una sentencia de muerte. Algunos masones Varios integrantes de las logias, generalmente personas vinculadas también al republicanismo local, intentaron huir o esconderse. Unos pocos lograron escapar al exilio en Francia o Hispanoamérica; otros, menos afortunados, fueron capturados cazados y fusilados en la oleada de violencia de ese año. Las crónicas hablan de paseos (sacas de presos para ser ejecutados extrajudicialmente) en los que murieron cayeron miles de personas numerosos demócratas, entre ellos masones.
En ausencia de cifras oficiales locales, las estimaciones históricas resultan estremecedoras. Se calculan que unos 30 masones vallisoletanos fueron asesinados durante la represión inicial de la guerra, incluido el propio Gobernador Civil de la provincia, Luis Lavín Gautier en 1936, quien figuraba como masón y fue pasado por las armas junto a otros cargos leales a la República. Casi Pocas ciudades se libraron de esta “limpieza”: en zonas cercanas como Logroño, Burgos o Zamora, prácticamente todos los masones identificados corrieron el mismo destino la misma suerte trágica. En Valladolid, aquellos que no fueron ejecutados tuvieron que ocultarse profundamente. En septiembre de 1936 se promulga La represión fue tan rápida y brutal que para septiembre de 1936 Franco ya pudo promulgar un decreto declarando a la francmasonería ilegal y equiparando su pertenencia al delito de rebelión. Es decir, ser masón pasó oficialmente a considerarse un crimen contra el Estado franquista. Para entonces, gran parte de los masones locales ya habían sido eliminados o encarcelados.
Dictadura franquista: cuarenta años de silencio y propaganda
Con la victoria franquista y el fin de la guerra en 1939, la persecución antimasónica se institucionalizó y prolongó durante décadas, sumiendo a la masonería vallisoletana (y española) en un silencio absoluto. En marzo de 1940, el Gobierno aprueba la régimen dictó la temida Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo (1 de marzo de 1940), un marco legal represivo único en Europa que convertía en delito la mera afiliación masónica. Para aplicar esta ley se creó el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, un organismo dedicado exclusivamente a identificar y castigar a cualquier persona vinculada a las con logias. Durante los años de actividad de este tribunal (1940-1963), miles de expedientes y sumarios fueron instruidos: en toda España Se abrieron más de 27.000 causas y cerca de 9.000 masones terminaron condenados a con penas que iban desde la inhabilitación civil perpetua (pérdida de todos los derechos ciudadanos) hasta largas penas de prisión de 12, 20 o 30 años. Aquellos considerados líderes “cabecillas” masónicos, o de grados elevados, incluso podían enfrentar la pena de muerte.
En Valladolid numerosos masones supervivientes de la guerra tuvieron que enfrentarse a procesos ante este Tribunal Especial o ante consejos de guerra militares. Un ejemplo recogido en los archivos: en 1944, un vecino de Tordesillas llamado Genaro González fue condenado a 12 años de cárcel y a la pérdida absoluta de sus derechos civiles por haber pertenecido a una logia masónica. , sin más “delito” que ese. Otros casos similares son los locales, como el de José Isart o Jesús Revaque, que ya no eran masones activos. , muestran la saña con que se persiguió incluso a quienes ya no eran activos: sus expedientes judiciales se alargaron durante años (en el caso de Revaque, su sumario permaneció abierto de 1946 hasta 1960), reflejando una persecución acoso burocrático destinada a arruinar sus vidas. Muchos tuvieron que firmar cartas de retractación, documentos humillantes en los que renegaban de la Orden y a veces delataban a compañeros, con la esperanza de obtener clemencia.
Paralelamente a la represión legal, el franquismo desplegó una intensa propaganda antimasónica para justificar su campaña. Durante la posguerra, en ciudades como Valladolid —bastión del nacional-catolicismo— se inculcó generando en la población una imagen demonizada y distorsionada de la masonería. Se les acusaba de La prensa del régimen, los púlpitos eclesiásticos y los panfletos oficiales repetían la cantinela de que los masones eran agentes anti-españoles, “perversos” enemigos de la patria y de Dios, ligados a complots extranjeros, concretamente. Franco personalmente alimentó esta obsesión: en sus discursos hablaba a menudo de complots judeo-masónicos y responsabilizó presentó a la masonería poco menos que como la encarnación de todos los males históricos de España: (llegó a atribuirles la pérdida del Imperio colonial, las guerras civiles del S. XIX y otros desastres nacionales en el preámbulo de la ley de 1940). Este odio institucionalizado caló hondo e hizo imposible cualquier . Durante casi cuarenta años (1936-1975) no existió actividad masónica alguna en Valladolid ni en la mayoría del país. La antigua “Edad de Oro” de las logias vallisoletanas quedó sepultada bajo el miedo. Los pocos masones que sobrevivieron en la ciudad mantuvieron su identidad en secreto absoluto, ocultando cualquier símbolo, reunión o recuerdo para no poner en riesgo sus vidas y las de sus familias. En muchos casos, ni siquiera sus allegados supieron de su condición masónica hasta mucho después. La masonería paso a ser local, en definitiva, fue borrada del mapa público: pasó a ser poco más que un fantasma en la memoria de algunos ancianos, una palabra prohibida que no debía mencionarse.
El retorno de la masonería en la democracia
Con la muerte de Franco en 1975 y el advenimiento de la democracia en España, las condiciones por fin cambiaron para la masonería, permitiendo su renacimiento tras décadas de oscuridad. La nueva Constitución de 1978 consagra consagró la libertad de asociación y anula anuló las leyes represivas anteriores. , y En 1979 los tribunales españoles rehabilitaron la legalidad de la masonería s logias. Sin embargo, en Valladolid este renacer no fue inmediato: después de tras tantos años de persecución, apenas quedaban masones veteranos en la ciudad, y la sombra de los prejuicios seguía presente. En la Transición, la mera palabra “masonería” aún evocaba recelos en parte de la sociedad vallisoletana, producto de la propaganda franquista arraigada. Por ello, el resurgimiento local fue lento y cauteloso. A lo largo de los años 80, pequeños grupos de interesados en la masonería comenzaron a tomar contacto de forma muy discreta, a menudo apoyados por logias de otras ciudades españolas ya reconstituidas. Se tuvo que trabajar casi en silencio para reconectar con las corrientes masónicas internacionales y recuperar rituales y tradiciones perdidas.
Finalmente, tras un esfuerzo perseverante, Valladolid volvió a tener una logia masónica abierta. El 16 de febrero de 1991 se consagró oficialmente la Respetable Logia “Hermes-Amistad núm. 53”, la primera en la ciudad en la era democrática. Esta logia —cuyo nombre simbólico combina a Hermes, mensajero de la sabiduría, con el ideal de la Amistad fraternal— marcó el retorno formal de la Orden Masónica a la vida vallisoletana después de 55 años de ausencia. Sus fundadores, un puñado de vallisoletanos apoyados por la Gran Logia de España, devolvieron la presencia de la escuadra y el compás a una ciudad que durante décadas solo los había conocido a través de mitos y leyendas negras. Desde entonces, Hermes-Amistad núm. 53 ha crecido hasta reunir a hermanos de diversos perfiles profesionales, profesores, estudiantes), todos comprometidos con los valores masónicos de fraternidad, ayuda mutua y búsqueda de la verdad. Con sus actividades discretas pero constantes, esta logia se ha esforzado en mantener viva la memoria histórica de los masones perseguidos, a la vez que normaliza la imagen de la masonería en la sociedad actual. En 2016, al cumplirse 25 años de su fundación, incluso las autoridades locales municipales reconocieron su trayectoria. El alcalde de Valladolid, Óscar Puente recibió a representantes de la Gran Logia de España, interesado en conocer esa parte redescubierta de la historia local. Era un gesto impensable décadas atrás, que muestra simboliza cuánto ha avanzado la ciudad en dejar atrás viejos fantasmas.
Un legado de libertad y una memoria recuperada
Hoy en día, la masonería vallisoletana afronta el futuro reivindicando su pasado y sus ideales en plena libertad. Tras haber sobrevivido a la clandestinidad y a la persecución al exterminio, su mera existencia abierta en Valladolid es un testimonio del triunfo de la tolerancia sobre el fanatismo. El recorrido histórico de las logias locales muestra que, lejos de las teorías conspirativas que las acusaron de oscuros poderes, en realidad fueron víctimas recurrentes de la intolerancia por defender ideas adelantadas a su tiempo: la educación laica, el pensamiento crítico, la fraternidad universal. Esa es la gran ironía y la gran enseñanza de la su historia. Si durante décadas se habló de la masonería en Valladolid solo para calumniarla o temerla, hoy por fin es posible narrar su verdad con rigor: la de un grupo de ciudadanos idealistas que, a pesar de sufrir la represión más cruenta en la Guerra Civil (con muertos, exiliados y encarcelados) y la opresión implacable del franquismo, nunca renunciaron a sus principios.
La historia alternativa que aquí hemos trazado nos invita a mirar con ojos críticos el pasado local. Nos aleja de visiones maniqueas y reivindica a aquellos vallisoletanos masones que, incluso en las peores circunstancias, mantuvieron encendida la luz de la razón y la fraternidad. Su legado, antes silenciado, hoy se recupera poco a poco en la memoria colectiva de la ciudad: en archivos desclasificados, en estudios históricos recientes y en la labor actual de la Logia Hermes-Amistad. Seguimos teniendo que Quedan aún retos, como desmontar del todo los mitos y recelos que perviven sobreviven, pero el panorama es esperanzador. La masonería, por fin, ha salido de las catacumbas de la historia vallisoletana para ocupar el lugar que le corresponde: no como un poder oculto que nunca fue, sino como parte integral —y orgullosa— de la rica historia social y cultural de Valladolid.
A lo largo de los siglos, la ciudad de Valladolid ha sido testigo de la silenciosa labor de numerosos masones, colaboradores y simpatizantes que, desde el pensamiento ilustrado hasta la actualidad democrática, han defendido valores de libertad, justicia y fraternidad. Aunque muchas veces perseguidos u obligados al anonimato, su legado ha dejado una huella profunda en la historia local. Esta recopilación rinde homenaje a esos hombres —y en algunos casos, también mujeres— que, desde la discreción o el compromiso público, contribuyeron a forjar una ciudad más crítica, abierta y comprometida con el progreso. A continuación, se presenta un elenco cronológico de los masones y afines más representativos vinculados a Valladolid.
Siglo XVIII: No hay constancia documental de masones específicos en Valladolid durante este siglo, salvo el mencionado anecdóticamente, Jose Tineo de origen asturiano. La masonería moderna llega a España con la Guerra de Independencia (1808), pero en Valladolid no se han identificado nombres concretos de masones ilustrados de la centuria previa. Es posible que algunas ideas proto-masónicas circularan en ámbitos intelectuales (influencia ilustrada, colegios mayores), pero no hay registros de afiliados locales conocidos en fuentes accesibles.
Siglo XIX (1801–1900): Durante la Restauración y la República democrática de 1874–1923 hubo un notable florecimiento masónico en Valladolid. Varios políticos y profesionales locales fueron masones activos:
Alvarez Taladriz (siglo XIX): político republicano (presidente del Partido Republicano-Demócrata local en 1881) y masón vinculado a la logia “Reforma” de Valladolid.
Emilio García Gil (siglo XIX): empresario vallisoletano y concejal republicano (señalado como concejal en 1885) que perteneció a la logia “Reforma”.
Macías Picavea (siglo XIX): periodista/editor local y concejal (1881) vinculado a la logia “Reforma”.
Eladio Quintero (siglo XIX): abogado y concejal municipal (activo en 1891–1895) también identificado entre los masones vallisoletanos.
Lorenzo Cantalapiedra (siglo XIX): político local (vicepresidente del comité republicano de Valladolid en 1885) y masón afiliado a la logia “Reforma”.
Laureano Guerra (siglo XIX): líder republicano vallisoletano y masón mencionado en fuentes contemporáneas.
Sabino Guerra (siglo XIX): hermano de Laureano, dirigente republicano (presidente de la sección local en 1889) y masón vallisoletano.
Nicolás Astudillo (1860–1922): militar profesional (capitán) y destacado masón. Miembro de la logia “Reforma”, fue primer venerable maestro de la nueva logia “Progreso” (fundada en Valladolid en 1888). También dirigió la escuela laica Luz de Castilla impulsada por masones en 1890.
Joaquín Enrique Carlos de Aymerich Fernández-Villamil (1839–1907): general del ejército y conde de Villamar nacido en Valladolid. Masón de alto grado (33.º), ejerció cargos destacados (p.ej. “Gran Primer Examinador” del Supremo Consejo masónico). En la década de 1880 unió a varios masones locales procedentes de logias como Reforma y Hermanos de García Vao, promoviendo la creación de nuevas logias en la provincia (p.ej. “Comuneros de Castilla”, “Progreso”, “Estrella de Castilla”), según investigaciones históricas.
Segunda República (1931–1939): Bajo la República la masonería siguió presente, pero de forma más discreta. En Valladolid hubo actividad masónica (por ejemplo, la escuela laica “Luz de Castilla” dirigida aún por Astudillo hasta 1936), aunque no se conservan nombres públicos destacados de masones locales del periodo. Lo cierto es que varios republicanos y maestros locales eran masones, pero la persecución de 1936 diseminó el movimiento.
La represión ejercida por el régimen franquista contra la masonería fue tan sistemática como despiadada. En Valladolid, bastión del tradicionalismo y del nuevo orden impuesto tras el golpe de julio de 1936, decenas de ciudadanos fueron perseguidos, asesinados o señalados por su vinculación —real o atribuida— a la masonería. Este anexo recoge los nombres documentados de masones, colaboradores o simpatizantes locales que fueron víctimas directas de esa maquinaria de intolerancia. Aunque no representa un censo cerrado, sí constituye un primer ejercicio de memoria que rescata del olvido a quienes pagaron con su vida, su libertad o su reputación por defender la libertad de pensamiento, el laicismo o la fraternidad universal.
Entre los primeros en caer se encuentra José María Palomino González, gobernador civil de Valladolid en 1936, masón confirmado y una de las figuras públicas más representativas del republicanismo institucional. Fue fusilado en los días posteriores al alzamiento, junto al alcalde y otros miembros de la administración legítima en las tristemente conocidas como graveras de San Isidro, a las afueras de la ciudad. También fue ejecutado ese verano Federico Rivas Velasco, médico vinculado a la logia Progreso, comprometido con la sanidad pública y el humanismo. El maestro nacional Ismael Gutiérrez Tordecillas, que colaboraba con la escuela laica Luz de Castilla fundada por masones vallisoletanos, corrió la misma suerte. A ellos se suma Alfonso de Castro Cadenas, abogado y político liberal, defensor del laicismo y de los valores constitucionales, cuya vinculación a los ideales masónicos le valió una condena extrajudicial que terminó en su muerte. También debe recordarse a Adolfo Chacón de la Mata, gobernador civil de Segovia, cuya ejecución en Valladolid tras ser procesado por pertenecer a una logia ilustra el alcance territorial de la represión.
La brutalidad del franquismo no se agotó en los fusilamientos. En la posguerra, la represión se volvió más meticulosa y burocrática. Entre 1942 y 1943, en el seno de la Audiencia Provincial de Valladolid y del Juzgado de Primera Instancia decano, se instruyeron diversas causas contra ciudadanos identificados como masones o colaboradores. Los documentos conservados en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, bajo la signatura CAJA 3698, pieza 18, reflejan este proceso en detalle. Allí aparecen nombres como Francisco Otero Toro y Carlos Calamita Ruy-Wamba, vecinos de la ciudad, investigados por su pasado masónico. También figuran Marcial Bruña Bruña, Manuel Araujo, Juan Aguado Miguel, Manuel González de Castejón Entrala y Máximo García Alonso, todos ellos sometidos a vigilancia o proceso. La lista continúa con Félix González González, Ramiro Cepa Alejandro, Pedro Llanos Pérez, Ángel García González, Felipe Larrainzar Escudero, Eliseo Bonhome Nicolás, Florentino Quemada Blanco, Manuel Borobia Muñoz y José Botas Blanco. Aunque no todos fueron condenados, el hecho de figurar en estos expedientes bastó para ser expulsados de sus empleos, privados de sus derechos civiles, arruinados socialmente o sometidos al estigma de por vida.
Es importante recordar que, en muchos casos, el castigo no fue el paredón ni la cárcel, sino el exilio interior, el silencio forzado, la humillación pública o la muerte civil. Otros muchos masones lograron escapar en los primeros días del golpe, ocultando su pertenencia y borrando todo rastro. La destrucción de archivos, la quema de listas y la discreción de los supervivientes hicieron que numerosas trayectorias quedaran definitivamente borradas. Algunos encontraron refugio en Francia, en América Latina o en el anonimato rural. La masonería desapareció de la vida pública durante décadas en Valladolid, pero no fue por voluntad propia: fue aniquilada, estigmatizada, y convertida en tabú.
Cada uno de estos nombres representa no solo a una víctima del fanatismo, sino también a un defensor de ideales que hoy reconocemos como universales: el librepensamiento, la educación libre, la fraternidad humana. Reintegrar sus historias a la conciencia colectiva es, más que un acto de justicia, una obligación moral que Valladolid aún tiene pendiente con sus propios ciudadanos.
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